Érase una vez

ÉRASE UNA VEZ…

Érase una vez, en un país no muy lejano, hace mucho tiempo, existió un fisioterapeuta al que en la facultad solo le enseñaron a utilizar técnicas pasivas. Sus pacientes estaban encantados con él, pues cada vez que iban a su consulta el fisio les proponía que se tumbaran en la camilla y se dejaran hacer; les ponía calor, indiba, les hacía masajes, les ponía corrientes…. Aun así, pasaban los días y los pacientes seguían con el mismo dolor. En ocasiones disminuía un poco, pero no acababan de mejorar nunca.

Un día, llegó de un país cercano, un colega de profesión, fisioterapeuta que también decía ser osteópata. Cada día, hasta él llegaban pacientes que, como con el fisio, se tumbaban en la camilla y esperaban a que el osteópata les moviera un poco por aquí y les manipulaba un poco por allá. Lo cierto es que los pacientes salían con una notable mejoría de las visitas, pero tenían que hacer tratamiento una vez al mes de por vida, ya que las mejorías duraban un tiempo corto y  se tenía que ir repitiendo el tratamiento para que el problema se fuera manteniendo bajo control.

Llegaron, más adelante, otras personas a los que llamaban quiroprácticos que venían de muy muy lejano. Empezaron a tratar en consulta y resultó que con ellos los pacientes necesitaban invertir mucho dinero en sesiones muy cortas en las cuales siempre se repetía el mismo tratamiento día tras día, semana tras semana, y parecía que al tiempo los pacientes mejoraban. Pero algo no iba bien, pues al cabo de semanas o meses de abandonar el tratamiento los pacientes volvían al punto de partida y estaban igual que al principio o aparecían otros problemas que no mejoraban durante el tratamiento.

Un día, el fisio fue a un congreso y conoció a otros fisioterapeutas que venían de otros países lejanos. Conoció a Robin Mckenzie, Geofrey Maitland, Jill Cook, Brian Mulligan, Shirley Sahrmann y una infinidad de fisioterapeutas de los cuales aprendió que en la fisioterapia no siempre es necesario estirar al paciente en la camilla y utilizar técnicas pasivas, sino que en muchas ocasiones es necesario el trabajo activo del paciente para resolver algunas lesiones o, incluso, muchas veces hay que optar por combinar trabajo activo y pasivo.

Con esta historia, solo pretendo explicar o hacer entender a nuestros pacientes que la fisioterapia ha evolucionado mucho en los últimos tiempos y gracias a autores como los que he mencionado antes, cada día es más fácil que el paciente llegue a la consulta y pase menos tiempo estirado en la camilla y más tiempo de pie haciendo algún ejercicio o combinando técnicas manuales con movimiento activo por parte del paciente.

Gracias a la aplicación de estas nuevas formas de tratamiento hemos conseguido resolver problemas que antes, aunque consiguiéramos una mejora, no se acababan de resolver.

El que quiera un masaje, que lo pida.

El que quiera mejorar que confíe en el tratamiento que le proponga el fisioterapeuta.

Por PABLO REDÓN, fisioterapeuta Colegiado nº 4640

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